Hasta él se merece un respiro

Una Navidad sin artificios, sin tener que someterse al castigo de la sonrisa falsa, de la alegría impostada, de los buenos deseos de que todo cambie para que todo siga igual, de las largas listas de propósitos de enmienda que no llegan más allá del papel donde fueron escritas, del maldito turrón rompedientes y de la fruta escarchada. Libre de los licorcitos de avellana “para el camino”. Pero, sobre todo, soñó con una Navidad en la que otro trabajara por él.

¡Tanto trabajo! Y todo para una noche.

Sí, se reafirmó a sí mismo: Papá Noel se merece unas vacaciones.

Este año que se ocupe otro de los regalos. Al fin y al cabo ya están esos tres enjoyados para hacer el trabajo. Aunque siempre lleguen tarde. Tanto que a los críos apenas les queda un día para disfrutar del olor a nuevo de sus regalos antes de volver a encerrarse en sus aulas llenas de polvo de tiza en suspensión y enterrarse en esos libros donde nadie pensó escribir más que datos carentes de vida.

Pero poco importa eso ahora. No es mi problema, piensa. Lo relevante es organizar el viaje: nada de gorritos en rojo y blanco, fuera las botas de piel, adiós al pesado disfraz de gordito simpático. Una camisa floreada, pantalones cortos con cientos de bolsillos y chanclas con calcetines. Perfecto. Un jubilado noreuropeo cualquiera de vacaciones en la costa. Sólo le falta conseguir acangrejarse al sol. Sol, una siesta en una hamaca a la sombra de una palmera, el sonido el mar de fondo y un cocktail a mano. Eso si es un regalo. Su primer regalo de navidad.

Con un sonrisa en los labios prepara el trineo y comienza su viaje. Irónico, piensa, que para poder recibir su primer regalo de navidad haya tenido que ser malo. Pero para todo hay una primera vez. Papá Noel también es humano