Sólo quedan cenizas

Dicen que sólo hacen falta cuatro días para crear un hábito. Cuatro días para cambiar costumbres, para adaptarse a nuevas circunstancias, para sobrevivir, si quieres. No lo creo.

Hace ya más de un mes que te fuiste y aún cada noche giro en la cama esperando encontrar tu cuerpo junto al mío. Aunque hace días que tu olor dejó de impregnar las sábanas yo aún intento detectar alguna traza de tí en ellas, como un sabueso persigue un rastro, pero aquí ya no queda nada.

Nunca pensé que el amor fuera…vacío.

Pienso en cómo será nuestro reencuentro, imagino que me ves llegar y me sonríes como sólo tú sabes hacerlo: con los ojos más que con la boca, me entierras en un abrazo y me susurras cuánto me has echado de menos mientras escondo mi cabeza en tu cuello. Tu cuello, tu olor, tus manos. No veo el momento de volver a sentirlos.

Pero tú y yo sabemos que eso no va a ocurrir. Bueno, lo sé yo. Tú seguro que no lo sabes. Tú no sabes nada. Nunca lo supiste, y ahora aún menos.

Levanto la cabeza y miro hacia dónde deberías estar, donde dicen que estás, pero miro sin ver, porque sé que ahí no hay nadie. Sólo un montón de cenizas. Restos de lo que fuiste, de lo que fuimos. Recuerdos, baratijas, mierda. Una vida resumida en eso. Mierda.

Aún no acabo de entender que algo así sea posible. Ley de vida, dicen. Sin embargo, lo único que se es que una mañana saliste de casa como cada día, levantando tu sombrero y lanzándome un beso y la siguiente vez que te vi fue debajo de una sábana blanca.

Parece ser que te habían avisado. Que tu corazón ya no era el mismo. Que en cualquier momento podía dejarte en la cuneta, pero no quisiste creerlo. Decidiste no querer saber, como no quisiste saber que con el tuyo se pararía el mío.

Miro tus cenizas y pienso que también yo me he convertido en polvo.