En mi laboratorio ocurre un fenómeno algo particular. Nadie se equivoca. Supongo que he ido a dar con el único lugar en la tierra poblado de súperhombres con el poder de la infalibilidad porque si no no soy capaz de explicármelo. Casi cuatro años y hay gente que jamás ha reconocido haberse equivocado, ni siquiera aun siendo enfrentados a la prueba de su error. Una capacidad sobrehumana, ya digo, de negación de la evidencia, de sentimiento de superioridad a prueba de bombas o simple y llanamente la creencia de que reconocer el error implica debilidad o ignorancia y eso, nunca. Jamás. Aunque seas un estudiante de doctorado en su primera semana, aunque sea la primera vez que coges un ratón y te preparas para hacer una operación a cráneo abierto. Lo importante es hacer como si estuvieras de vuelta de todo, y luego ya si eso, echarle un vistazo a la Wikipedia cuando no te vea nadie.
Esto no es un fenómeno único de los “nuevos”, los todopoderosos postdocs también tienen la suerte de acumular todo el conocimiento habido y por haber en sus biendotados cerebros y cuando por alguna razón meten la pata, una razón tan tan tan insospechada como que son humanos, en realidad el error no es suyo sino tuyo pequeño saltamontes. Porque ¿cómo has podido olvidarlo? Ellos NUNCA se equivocan.
Yo debo de ser un ser extraño. Y mucho. Porque me equivoco. Menos que al principio pero seguro que más que alguien más experimentado y seguro que por mucha experiencia que tenga seguiré equivocándome, porque yo creo que mis 23 pares de cromosomas me hacen humana y si no me equivoco nuestra especie no nació con el don de la infalibilidad. Aunque puede ser que me equivoque también en esto.
También debo de ser rara porque no me averguenza reconocerlo. Aunque no me guste equivocarme -¿a alguien le gusta?-, pienso que si uno no se reconoce el error es difícil subsanarlo en un futuro y mucho menos aprender de ello. Seguramente es por eso que la Historia tiende a repetirse, porque es difícil aprender de los errores, pero si ni siquiera aceptamos el hecho de que nosotros TAMBIÉN los cometemos, entonces çe fini.
Claro que reconocer que te equivocas en el Olimpo de los Dioses tiene sus contrapartidas y es que el resto puede ser ciego a sus errores pero no por ello lo son frente a los de los demás y eso debilita tu imagen frente a la perfección aparente de los Otros. Por suerte prestar atención a la opinión de los demás es un error del que ya aprendí así que mientras ellos se entretienen mirando para otro lado yo, al menos, puedo enorgullecerme de haber aprendido una o dos cosas en estos años gracias precisamente a esos errores que yo, sí, tuve.
Nota: Este fenómeno no es exclusivo de mi laboratorio. Otros científicos españoles me comentan que entre sus compañeros alemanes también abunda este complejo de infalibilidad.