Lo que no te cuentan

Cuando empiezas sólo piensas en una cosa: Imágenes bonitas, limpias, asépticas, blanco sobre negro que lo dicen todo con sólo mirarlas.

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Dendritas, axones y vasos sanguíneos (en negro) en una muestra de cerebro de ratón in vivo

Cuando empiezas no sabes que conseguir esa imagen cuesta más que atrapar la imagen ganadora del World Press Photo.

Cuando empiezas nadie te dice que tus días se sucederán en la más impenetrable oscuridad ni que tu coto de caza es tan umbrío y desagradable como una cueva.

Cuando empiezas nadie te avisa que cada vez que te sumerges en la oscuridad te expones a horas y horas de un insufrible zumbido que te rompe los tímpanos y que el esfuerzo de bloquearlo hace que el cansancio tras la expedición sea equiparable a haber escalado un 3000.

Cuando empiezas ignoras el efecto que duplicar tus noches tiene sobre tu cuerpo. Has leído miles de artículos sobre alteraciones del ritmo circadiano, sobre los problemas del trabajo a turnos pero piensas: yo soy diferente. Y al cabo de unos meses te das cuenta de que había un grinch viviendo bajo tu piel que desconocías y ha decidido salir a explorar contigo la oscuridad de la cueva.

Cuando empiezas no sabes que el mayor peligro de esta aventura es la deshumanización. Y es que cuando por fin emerges de la cueva, con las manos vacías la mayoría de las veces y sin haber tenido contacto humano durante horas, el sonido más complejo que tu garganta es capaz de producir es un gruñido.

Lo que si deberías saber cuando empiezas, porque eso es lo que te repiten como un disco rayado, es que cuando la encuentras, cuando por fin encuentras esa imagen blanco sobre negro que lo justifica todo, que todo lo vale, entonces todo da igual.

Por eso nadie te dice nada cuando empiezas. Porque no importa. No debería importar.

El problema es que a mí si me importa. Sobre todo porque estoy cansada de vivir en la sombra y de convertime en una. Y ya no me importa el resultado.

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