Llorar por los codos

Un codazo. Literal. Un codazo como mandan las reglas: sin mediar palabra, duro, intencionado y directo al costillar. Eso fue lo que hizo que todas sus defensas se rompieran en pedazos y cayeran al suelo. Un par de segundos y el trabajo de construcción de años se vino abajo. ¡Cuánta impotencia, cuánta vulnerabilidad! De repente. Sin venir a cuento. Por un simple codazo.

La montaña de hombre dueña del codo no se achanta, grita. Clavar un codo no es suficiente para calmar la bestia que vive en su pecho y que, probablemente, se siente más que impotente teniendo que sobrellevar una existencia que no le agrada dentro de esa mole. Por eso los gritos. Por eso la agresión. Por eso su descalabro.

Al final, grita ella también, un par de blasfemias en una lengua extraña para el monstruo y rueda lejos, conteniendo aún un par de lágrimas enrabietadas. Desea medir más, pesar más y/o saber usar los puños, pero tan sólo unas calles más abajo el viento en la cara aclara ojos e ideas: la bestia sufre. Sufre tanto que ataca sin mediar ofensa alguna. Se lleva la mano al hombro amoratado y piensa en los morados que debe arrastrar él. Y siente lástima. Por él. Y por los que se crucen en el camino de su rabia. Y de su codo.

2 thoughts on “Llorar por los codos

  1. 1º) ¡¡Felicidades!! Lo acabo de ver en el facebook. Espero que te regalen muuuchas cositas, que el lab esté tranquilo y puedas disfrutar.
    2º) Buen post, me gusta mucho como escribes.

    Un beso y los tirones de orejas correspondientes 🙂

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