Fighting fire with fire

Ha salido en las noticias: Robert de Niro se ha visto obligado a retirar de la cartelera del Festival de Cine organizado por él el documental “Vaxxed” firmado por el farsante del escándalo de las vacunas-autismo, Andrew Wakefield. Aunque los que defendemos el pensamiento racional y las evidencias científicas frente a la pseudociencia sentimos que esta es una victoria, cabe preguntarse si no es una victoria pírrica.

Credit: Tina Franklin

A finales de la década de los 90, el señor Wakefield publicó un artículo en una revista médica donde aseguraba haber podido demostrar una asociación entre la vacuna triple vírica y el autismo. Aunque el artículo está retirado de la revista por falsedad y numerosas investigaciones han demostrado que no existe tal relación, las cifras de niños sin vacunar en el mundo aún siguen siendo realmente elevadas y los casos de niños muertos por enfermedades prácticamente erradicadas hace años por el uso de las vacunas son noticia común.

¿Por qué desacreditar un estafador como Wakefield no ha funcionado para disuadir a los antivacunas? La respuesta está en la ciencia. Bueno, y en la emoción.

Intentar convencer a alguien de que está equivocado utilizando argumentos lógicos puede resultar contraproducente, especialmente cuando se trata de temas controvertidos (¿algún creacionista en la sala?), identitarios (política, religión) o relacionafos con la salud, más incluso cuando se trata de la de nuestros hijos.

A Charlotte Cleverley-Bisman hubo que amputarle a los 7 meses, por meningococos. Si en su guardería hubiera habido inmunidad de grupo, evitando niños demasiado pequeños para recibir la vacuna enfermar, aún tendría brazos y piernas.

Un grupo de investigadores liderados por Brendan Nyhan, investigó las actitudes de un grupo de padres respecto al movimiento antivacunas desde esta perspectiva. Lo hicieron enseñando a los padres differentes tipos alternativos de información sobre el tema: información del centro de control de enfermedades americano (CDC) explicando la falta de evidencia de que las vacunas producen autismo; información acerca de los daños provocados por las enfermedades de las que protegen las vacunas; imágenes de niños enfermos por esas enfermedades prevenibles con vacunación; o la dramática historia de un niño que casi muere de sarampión. Y a continuación preguntándoles si pensaban vacunar a sus hijos.

Quizá no sea sorprendente que las intervenciones que más aumentaron las ganas de los padres de vacunar fueron las dos últimas. Y es que las experiencias dramáticas personales y las imágenes de niños enfermos son argumentos incontestables que además no atacan a nuestro intelecto y/o posición intelectual.

Sin embargo, entre aquellos que recibieron la información que descartaba la evidencia sobre efectos negativos de las vacunas, aumentó el número de aquellos que se negaban a vacunar a sus hijos. Y de hecho, entre aquellos que ya tenían una actitud antivacunas antes de acceder a la información suministrada, la resistencia a aceptar el tema aún aumentó.

Volviendo al punto del principio, la explicación más probable para este resultado es que no se puede atacar la emoción con razón. Y esta es una importante lección que aprender si queremos cambiar la tónica dominante de crecimiento del movimiento antivacunas.

Movimiento fundamentado entre otras, en la desconfianza frente a la industria farmaceútica, los sistemas de atención sanitaria fríos e impersonales y la vuelta a lo “natural”.

Pues eso. Que la difteria mata. Y las inmunización con vacunas protege. Fácil ¿no?

Hasta cierto punto los dos primeros puntos son comprensibles en su componente emocional, el problema es igualar industria farmacéutica con vacunas, cuando las vacunas ya existían antes que la tal industria y llevan más de un siglo salvando vidas.

Pero, perdonadme, he vuelto a utilizar una evidencia y un argumento lógico para contrarrestar una emoción. Y si os cuento de nuevo la historia del pequeño de 6 años de Olot que el año pasado murió de difteria porque sus papás decidieron que las vacunas pa su tía, ¿mejor?