Cerebros a los 30

De algunas personas siempre se dice eso de que son como niños grandes, y de otras que si ya no han madurado para los 30 poco se puede esperar pero un par de artículos publicados muy recientemente y que Neuroskeptic comenta brillantemente en su blog parecen demostrar lo contrario.

Empecemos por el principio, de las dos poblaciones de células que forman cerebro (encéfalo para ser más correctos) neuronas y células de glia, hoy hablamos de neuronas. Las neuronas, para quien se perdiera esa clase de Biología, son un tipo de células que aunque pueden presentar morfologías de lo más variado (piramidales, en cesto…) se caracterizan y por eso suelen reconocerse porque tienen una serie de protusiones, o “brazos” de longitud variada por donde reciben y transmiten información. Las dendritas suelen ser más abundantes y de menor longitud que el axón que es único y mientras las primeras son (típicamente) la parte receptora de la información el axón es el medio de transmisión.

Simplificando (¡y mucho, muchísimo!) podría decirse que la información llega a las neuronas por las dentritas y sale por el axón (después de ser procesada en el cuerpo neuronal), si sois de los que os entran las cosas mejor por los ojos, siempre podeis echar un vistazo a esa serie fundamental: “Érase una vez… la vida”.

Pues bien, entre dendritas y axones se establecen unos puntos de contacto que es donde se produce la transmisión efectiva de la información, que en el sistema nervioso sucede (mayoritariamente) por medio de moléculas químicas, los neurotransmisores. Estos puntos de contacto se llaman sinapsis y las partes de la estructura celular donde aparecen se llaman espinas dendríticas si están en el lado de la dendrita y botones axonales si están en el otro lado.

En verde las dendritas, los puntos se corresponden a las espinas y por detrás, en rojo los axones de las neuronas con quien contactan. Imagen (Wierewenga,2008)

Ahora que ya podeis haceros una composición de lugar y si no os he aburrido con esta larga introducción os cuento que además el número y tamaño de las espinas dendríticas cambia con la edad, el aprendizaje y tiene mucho que ver también con la actividad cerebral (lo que no debería sorprender, sirva como analogía de la necesidad de estructura para función el ejemplo de que para la mejora de las comunicaciones a larga distancia hizo falta una mejora de las intraestructuras físicas -redes ferroviarias, postes de teléfono-)

El grupo de Petanjek demostró que el número de estas espinas dendríticas -y por tanto el número de contactos entre neuronas- en el cortex prefrontal aumenta durante la infancia y disminuye drásticamente durante la adolescencia, lo que no es nuevo, ya se sabía con anterioridad que en parte el proceso de maduración supone una reconfiguración de las redes neuronales que implica la pérdida de contactos entre neuronas y de plasticidad neuronal (por eso nos cuesta mucho más aprender idiomas de adultos que de niños, porque hemos transpasado con creces el periodo crítico) lo que también descubrió este grupo fue que este proceso no termina a los 20 sino que sigue gradualmente hasta los 30 e incluso hasta después.

 Otro artículo en Science el año pasado puso a punto un algoritmo que conseguía predecir la madurez del cerebro a partir de los datos de RMNf que se le proponían, lo que en sí no sirve de mucho. Si tienes un amigo cuarentón con complejo de Peter Pan no necesitas meterlo en un escáner para que te digan lo obvio; pero los autores del trabajo también utilizaron esta herramienta para describir cómo cambian el tipo de conexiones funcionales cuando el cerebro madura. Así, se refuerzan las conexiones a larga distancia mientras que las conexiones cortas se hacen más débiles con la edad, y éste parece ser un proceso bastante estándar pues los cambios encontrados parecen ser bastante similares entre individuos de edades parecidas.

Así si el artículo de Petanjek nos hablaba de los cambios estructurales (causa/consecuencia de cambios funcionales) a escala subcelular que acontecen con la edad (¡me niego a hablar de envejecimiento a los 30!), este otro estudio en “zoom out” de los cambios de conectividad neuronal presenta una prueba más a favor de una constante labilidad del cerebro, que continúa cambiando a lo largo de nuestra vida en vez de una visión estática del mismo una vez terminada la adolescencia y alcanzada la madurez.

En vista de todos estos datos resulta para mí alentador pensar que contra lo que se especulaba a nivel cerebral no todo está dicho a los 20 años y que nosotros y nuestro cerebro seguimos evolucionando incluso más allá de los 30. Mamá, no desesperes…