El atracón de los insomnes.

Esas noches eternas…

Puede parecer que me estoy poniendo un poco pesadita con el tema este del dormir, pero es que volver de vacaciones me ha sentado realmente mal -¿y a quién le gusta?- y además después de hacerme unos 2500 kilómetros por carretera llevo viviendo a débito en cuestión de sueño unos cuántos días. Además justo hoy encuentro en Psypost una noticia en referencia a algo sobre lo que escribí no hace mucho, la relación entre dormir poco y la obesidad, que entonces os contaba se había encontrado al analizar los patrones de sueño, junto a otros muchos factores, de un grupo de gente en Alemania, pero entonces no se sabía bien el por qué de esta asociación entre la falta de sueño y el exceso de peso.

Hoy os cuento por qué.

Lo que ya se sabía era que la falta de sueño provoca alteraciones funcionales en algunas regiones prefrontales del encéfalo, importantes para establecer la relevancia o saliencia de un estímulo para el individuo, y que en el contexto que nos ocupa, el de la elección de comida, también lo son para la integración de factores que determinarían la decisión por un alimento u otro (olores más apariencia apetecible = GO!); o partiendo del hecho de que otras regiones como la amígdala o el estriado ventral -que tienen mucho que ver con las respuestas emocionales, el miedo o al ansiedad- también relacionadas con la motivación para comer, especialmente cuando el estímulo es muy relevante o saliente.

Lo que hicieron un grupo de investigadores de la Universidad de Berkeley (EEUU) a partir de esta información fue comprobar por medio de un escáner de resonancia magnética funcional (RMF), si la falta de sueño provoca no sólo cambios sobre lo que comemos sino cómo reacciona nuestro cerebro cuando ve un tipo de comida u otro.

Los 23 sujetos del estudio, personas sanas, fueron sometidos al escáner después de haber dormido normalmente y tras una noche en pie -sin poder dormir- y mientras se les mostraron una serie de imágenes de alimentos de variado contenido calórico así como más o menos saludables, y se les pidió que expresaran cuánto les apetecía cada uno de ellos. Al final del experimento, y como recompensa, los investigadores se enrollaron y les dieron a cada uno aquello por lo que se morían, fuera una hamburguesa, una manzana o un dónut.

En gris los datos de actividad cuando los sujetos habían dormido. En rojo cuando no. En las 3 primeras áreas hay un descenso de actividad (a.control), en las 2 siguientes aumenta (a.emocionales-antojo)

Lo que encontraron de manera general fue un descenso de la actividad en las regiones de control, las áreas frontales del cerebro, cuando los sujetos estaban faltos de sueño mientras que había más actividad que cuando estaban bien descansados en la amígdala, la región responsable del antojo/ansia emocional, que al estar inhibidas las regiones de control al no estar descansados nos hace más proclives a caer en la tentación.

¡Que no falten las grasas!

¿Tentación de qué? Pues fundamentalmente de todo lo que no debemos: comidas hipercalóricas y poco sanas como hamburguesas, dulces o helados. En estos sujetos se vio que la preferencia por comidas hipercalóricas se incrementaba mucho tras una noche sin dormir y que el grado de esta preferencia iba en relación a la percepción subjetiva de lo grave que fuera su falta de sueño.

Sin embargo, aún no se sabe bien el porqué de esta tendencia a lanzarnos a por la ración de azúcares XXL -una hipótesis es para compensar el gasto energético durante el tiempo que se está despierto que debería ser de descanso, aunque se ingiere más energía de la que se consume estando insomne, por eso la obesidad y por eso la duda- ni tampoco si este efecto se acentuará aún más en según qué momentos del día, como al atardecer, fundamentalmente en base a los ritmos circadianos con que operan muchas hormonas que tienen que ver con el apetito y la saciedad (leptinas), ni si todas las personas -no sólo los jóvenes y delgados, que fueron los sujetos de este estudio- reaccionarán igual.

Con todo este estudio es muy importante y abre la puerta a una mejor comprensión de los cambios que el ritmo de esta sociedad moderna está imprimiendo en nuestra biología, no ya sólo en nuestros horarios, sino en nuestras cinturas. Y ahora ¡dulces sueños! y deja ese croissant donde yo lo vea…

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