Recuerdos con que llenar el vacío

Recuerdos agridulces se agolpan en mi mente. Luchan cada uno por ganar terreno al otro. A cuál más dulce, a cuál más traicionero. Dicen que la vida no es sino una colección de momentos. De momentos para recordar. Y yo puedo decir que he tenido una vida plena.

No consigo acordarme de mi primer recuerdo. Las imágenes de aquellos tiempos remotos no son sino el reflejo de recuerdos ajenos, una ilusión de la memoria. Sin embargo, nadie puede engañar a la memoria sensorial. La famosa magdalena de Proust, el olor del perfume de una madre, o de un libro viejo y cubierto de polvo, dotan de vida al pasado. Una experiencia sensorial inenarrable.

Recuerdo. Recuerdo música. Recuerdo risas. Recuerdo tu voz. El sonido de la aguja al rozar el disco. La emoción en tu mirada. La ilusión de la primera vez. La sorpresa. Educación emocional sin ambages, de la que no se olvida, espero.

Bailes a dos pies y cuatro manos, pasos inciertos, ensayos de un tiempo que ya nunca más será. Historias que no viviré y sin embargo, me pertenecen. Memorias futuras que se convertiran en parte integral de mi historia, de nuestra historia.

Las barreras del tiempo se difuminan, el límite de nuestras vidas marcado por una línea discontinua, como vasos comunicantes. ¿Dónde acabas tú? ¿Dónde empiezo yo?

He dejado de entender el significado de individualidad, de marcar constantemente el límite con los otros, de creernos únicos, cuando no somos sino temporales depositarios de la memoria colectiva. La amalgama de sensibilidades, sueños, deseos y remordimientos que nos define es producto de la experiencia de generaciones. Y continúa viva, con o sin nosotros.

¡Qué es la vida eterna si no! No creo en un paraíso imaginado con un Dios alado. Creo que si seguimos vivos es en la fuente de recuerdos y experiencias que legamos a nuestro paso.

Yo ya he cumplido mi parte. Dejo valores. Dejo amor. Dejo recuerdos. Dejo vida. Y sí, también vacío.