Movimiento perpetuo

No podía estarse quieto. Era como si un mecanismo interno lo instigara a mantener un movimiento perpetuo similar a esos juegos de bolas en que si golpeas una contra las otras el movimiento se transmite de manera indefinida hasta el infinito, en un baile interminable. Nunca estático, siempre de acá para allá, ese era su sino.

Incluso sentado, sus piernas, sus pies, sus manos y aún sus dedos seguían representando una orquestada danza que sólo él podía entender.

Muchas veces le habían preguntado por la causa de su eterno vaivén, por el porqué de esa hiperactividad que no dejaba indiferente siquiera a los ojos, que no paraban de revolverse inquietos en sus cuencas. Pero siempre su respuesta era la misma. En ese preciso momento, de repente, como si se hubiera apretado un resorte oculto se paraba en seco. Y ese parón causaba más vértigo que todo el movimiento precedente. Porque era como si todo su mundo se hubiera detenido por la gravedad de la pregunta. Entonces,  una profunda tristeza apagaba el brillo de sus ojos por un breve instante, al cabo del cual el movimiento se reanudaba de una forma tan brusca como se interrumpió. Una sacudida de cabeza y adiós a los problemas.

El movimiento no se termina nunca, sólo la muerte puede acabar con este devenir que soy yo, parece querer decir con este último gesto, y mientras, mejor no preguntar.

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