Diálogo mudo. Porque a veces las palabras sobran

El otro, hombre o mujer, siempre muerto.

Cada día en su mesa se repite el cuento. Un convidado de piedra que no dice nada pero cuya sola presencia es historia. El olor a alcohol. El frío. Y lo peor de todo: el silencio. A menudo intenta entablar conversación, entender qué hizo llegar hasta su mesa a su ahora callado interlocutor. Sin embargo, es su cuerpo el que habla. Su boca permanece muda, nada más dirá. Cada milímetro de piel, cada cabello, cada gota de sangre ayuda a completar el puzzle, a componer el último grito del ausente. Su diario diálogo con la muerte en la morgue.