Hoy os traigo una confesión. Soy una gran procrastinadora. Y estas últimas semanas, no se si es porque por fin el verano se ha decidido a llegar a Munich o simplemente porque estamos a esas alturas del año en que ya vamos un tanto flojos de energía, no soy capaz de centrarme lo suficiente para terminar nada. Mi mente está tan dispersa que por no ser, no soy capaz ni de dedicar tiempo a leer las actualizaciones de Twitter.

Por eso, el blog ha estado y quizá siga estando un poco abandonado, porque así me siento yo: abandonada por mi voluntad. Porque no me apetece nada más que salir a tirarme al sol, a bañarme en el río y a dar paseos en bicicleta y en vez de eso me veo obligada a estar encerrada en la oficina o peor aún en la oscura sala del microscopio sintiendo cómo se me escapa la vida…

Sin embargo, en los ratos en que puedo escaparme para hacer realidad esa pequeña fantasía he leído cosas interesantes sobre las que tengo ganas de hablaros, así que antes o después espero poneros al tanto de lo que se cuece en el mundo científico. Por ahora, tendréis que conformaros con una pieza de revival, que nunca pasa de moda, como las horribles canciones de Georgie Dan que nos destrozan los oídos cada verano.

Para los despistaos una obra de obligada lectura: qué hago en el lab.

Y después algo sobre mi problema de estos días (y de casi siempre): la falta de atención.

Nos vemos pronto, con más y, espero, mejor.